Cuando los exploradores llegaron a América en 1492 (bueno, en realidad, después de algunos años) trajeron consigo todo el peso de la cultura europea y con ella, sus instituciones. Pronto hubo cabildos y virreyes e iglesias por el territorio donde antes había Incas y tribus de mayas y templos a Quetzacoalt. Se preguntaron si los aborígenes tenían alma y si debían ser tratados como seres humanos. Hubo grandes discusiones por esto, algunas de las cuales se traducen en los "reclamos de los pueblos originarios" que vivimos aún en nuestros días.
Algo así sucede hoy en día con Internet y con el espacio exterior. Son espacios nuevos. Y a diferencia de América, presentan cierta connotación de etéreos. Son a la vez intangibles o lejanos pero llenos de datos o cuerpos celestes, depende del caso. Son desconocidos, explorados (con mayor o menor consciencia) y en constante expansión.
La mentalidad humana necesita ponerle una medida a las cosas, por eso hablamos de Cielo y miramos a las nubes buscando el "lugar" donde se encuentra Dios. Los gobiernos de los países que tienen su parte en la exploración espacial y en la expansión de Internet proponen leyes para controlarlos. Por ejemplo, dado el caso de que un astronauta cometiese homicidio en la Estación Internacional Espacial deberá atenerse al Código Penal del país en cuyo módulo se haya cometido el delito. Según el tratado de 1967 de las Naciones Unidas, el espacio ultraterrestre es de todos y de nadie. Es decir, ninguna soberanía o persona terrestre puede declararse soberano o propietario de cuerpos celestes.
Sin embargo, nuevas leyes se hacen todos los días y ahora los astronautas pueden quedarse con (o vender) aquellos objetos traidos de sus caminatas espaciales, hay páginas web dedicadas a la venta de los mismos y hasta noticias sobre turismo espacial. Los espacios de Internet y lo ultraterrestre se mezclan y las fronteras entre lo legal y la realidad se borran.
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